Palabras inaugurales de la muestra "Por el ojo del telón" del Maestro Manuel López Oliva en homenaje al 63 aniversario del Teatro Nacional de Cuba.


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Para mirar Por el ojo del telón

Vivian Martínez Tabares

 

El simple hecho de haber sido invitada por el maestro Manuel López Oliva, en lugar de algún historiador o crítico del artes plásticas –lo que mucho me honra--, para decir unas palabras con motivo de esta inauguración es ya una expresión de su pasión por el teatro. Y agradezco su amable gesto. Pero una evidencia más importante aun es que el Teatro Nacional de Cuba lo haya elegido para exponer aquí, precisamente con motivo de la celebración de los 63 años de esta importante institución de la cultura cubana, que fuera cuna de muchas agrupaciones emblemáticas y de un legado que llega hasta hoy.

Hace relativamente poco tiempo supe, por el propio López Oliva, de cuán importante fue para el durante una estancia prolongada de trabajo en Colombia, conocer de cerca e intercambiar a fondo con el maestro Enrique Buenaventura, fundador y líder del Teatro Experimental de Cali, destacado director de escena y uno de los padres de la creación colectiva, y el más afanado en sistematizarla como un método de trabajo para el actor. Y hoy me contó que sus vínculos iniciales con la escena tuvieron lugar cuando graduado de la ENA fue enviado a Camagüey para cumplir el servicio social y comenzó a trabajar con el ballet de esa ciudad. Muchos también conocemos de sus cercanías con grupos cubanos como El Ciervo Encantado, que guía otra maestra, Nelda Castillo, quizás la más performática de nuestras directoras y actrices, y es sabida la afición del pintor, que también ha ejercido el análisis crítico frente a creaciones de otros, por acciones ligadas al performance, con las que su obra se anima y cobra vida.

Tampoco es primera vez que este artista expone parte de su labor desde una concepción afiliada a la teatralidad. Hace justo cuatro años, en la era pre pandémica, A teatro abierto fue el título de la muestra exhibida en la Galería Artist718. Al referirse entonces al repertorio puesto a la consideración del público, López Oliva comentó que se había propuesto convertir la galería en un teatro, y cómo cada obra mantenía un carácter de “puesta en escena” y una estructura dramatúrgica.

Son sabias sus palabras, a mi juicio, porque ciertamente la dramaturgia, entendida como organización de las acciones, según la resume Eugenio Barba, lo que Miguel Rubio completa y contextualiza al añadir que en un espacio concreto, es una guía fundamental, lógica y perceptiva de los latidos de la creación, del desarrollo y de lo que nace, crece y termina, aplicable a muchas manifestaciones artísticas.

En las obras que aparecen en esta muestra, titulada Por el ojo del telón, las máscaras desempeñan un rol fundamental, y el artista atrapa sus variadas funciones, ya sea como disfraz que en la festividad protege los rostros, encubre  identidades y libera las restricciones de clase o de sexo; como elemento artístico que cede al cuerpo una teatralidad dilatada al renunciar a la expresividad psicologista, o como instrumento distanciador, de estilización o amplificación de los rasgos humanos. Y las articula consecuentemente con la fisicalidad de los cuerpos, elocuentes en su proyección cinética.

Con los rasgos pictóricos tan característicos en la manera de puntear, que permiten identificar de manera inequívoca la paternidad de su obra, López Oliva matiza los colores, difumina los tonos pastel en gradaciones casi infinitas, marca los contrastes con gamas del gris o el ocre profundos, como en una de mis obras preferidas, donde un beso hace germinar y multiplicarse las más diversas texturas, o en “El vértigo y la máscara”. También, salpica con elementos mínimos en rojo restallante el rostro transfigurado entre nervios y venas de “Monólogo”, que transmite energía para tornar las palabras en ascendente ramaje, y permite intuir la naturaleza de un potente discurso. Ese mismo recurso caracteriza a una de las figuras del ventrílocuo, en un juego magistral que me recuerda a Virgilio Piñera y sus arropamientos sartoriales entre la máscara y el rostro, y donde no sabría identificar quién es quién. También el rojo, rotundo y extendido, transmite el clima en tensión del “Retablo infernal”, o el pasaje terroso que atraviesa Ícaro en su caída. La figuración letrada de “Retórica” no impide un sugerente juego con la abstracción, y el agón del enfrentamiento de resolución imposible sostiene la postura de “Diálogo de espejos”.

Pero estas son las lecturas de una teatróloga, por hábito profesional o por deformación, entrenada para encontrar contradicciones y conflictos. Los invito a recorrer Por el ojo del telón y a dejarse llevar por el estímulo que nos lanza  Manuel López Oliva para escribir cada uno, con la imaginación, su propia historia.

 


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