Por: Nelson Herrera Ysla | Fotografías: Maité Fernández Barroso.
Si algún artista cubano supo aprovechar sus estancias, largas y cortas, en el extranjero y reencontrarse luego con su país de origen para alimentar su vocación creadora en pluralidad de lenguajes y operatorias, y pulsar ese tiempo que le ha correspondido vivir, ese es, sin dudas, Felipe Dulzaides (La Habana, 1965). Para corroborarlo, basta visitar su exposición “Como círculos en el agua”, en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, abierta hasta octubre.
Curada por Yanet Oviedo —miembro a su vez del equipo de especialistas de la Bienal de La Habana y del Centro Lam, desde hace pocos años mantiene una firme y audaz trayectoria en los diversos y complejos terrenos de la curaduría en otras galerías de la ciudad—, la muestra impresiona como un repaso de la vida artística de Dulzaides (sin llegar a la pomposidad de “retrospectiva o antología”, válganos Dios) al proponernos series diversas de diferentes años con obras realizadas en el extranjero y Cuba.
Heredero de un conceptualismo forjado en Europa y los Estados Unidos, luego de acariciarlo en Italia debido a sus años académicos en Roma, supo apropiarse de esa tendencia nacida en los años sesenta del pasado siglo y que lamentablemente suele asociarse a aquello de que, hablando en términos vulgares, “todo vale” y todo es posible… al calor de una idea, un concepto, que justifique lo realizado en morfologías y expresiones estéticas tan dispares como la fotografía, la escultura, el video, la pintura… y especialmente la instalación. Pero ese acercamiento y apropiación, profundizado en su formación académica en San Francisco, California, no le impidió, en su ya madurez artística, lanzarse a otras acciones en los últimos años y en las que involucra a muchas personas, barrios, comunidades, como lo demostró hace poco en el lado este de la bahía habanera, concretamente en el poblado de Regla, durante la pasada Bienal de La Habana.
De la serie Conocimiento inducido, 2013-2023. Grafito y acuarela sobre papel 20 x 18 cm. c/u.
Los círculos de Dulzaides, materializados principalmente en dibujos, objetos, esculturas, videos, arena, bloques, fotos, y hasta en arquitectura por increíble que parezca, no nos recuerdan, por fortuna, a aquellos otros nueve muy dramáticos y bien descritos con pluralidad de detalles por Dante Alighieri en su conocida obra El Infierno o La Divina Comedia. Todo lo contrario, resultan hasta divertidos, empáticos, con quienes se disponen a admirar obras de arte con placer y entusiasmo en formatos pequeños, y dispuestos a descubrir ideas significativas más allá de la contemplación y su fuerte carga retiniana. En ello radica buena dosis del sentido de esta muestra: brindar asombro, alegría, misterio, enigma, ¿felicidad… aun fuese solo por brevísimos instantes?, sin necesidad de recurrir a abundante información o copiosos conocimientos, tal como obliga el conceptualismo y el neoconceptualismo desde hace décadas y que por momentos dificulta nuestra comprensión del fenómeno que tenemos delante. ¿Son esas cualidades las que nos proporciona escuchar buena música en sentido general, y tal vez suspicazmente el jazz?
Frágil circularidad, 2011. Instalación. Grafito, aro de metal y lápices. Dimensiones variables.
Pudiera ser… por aquello de que “de casta le viene al galgo”. En efecto, su padre, Felipe Dulzaides, fue uno de los pioneros del jazz en Cuba y director del grupo Los armónicos, que día tras día, o mejor noche tras noche, brindaban lo mejor de esa expresión en clubes de La Habana y Varadero como referencia insustituible e indiscutible de los años 50, 60 y 70. De esa fuente bebió su hijo y se le nota, casi demasiado, en series en que rinde tributo a su memoria cuando observamos, sobre todo, fotos de ellos dos juntos e incluso la maqueta de su casa en Varadero, a la que este creador agrega, además, arena de playa colocada en una larga mesa para completar así con video, en pantalla grande, una instalación que evoca (parece cierto) “nuestros años y décadas felices”.
De ahí que también lo autobiográfico se expone en esta exposición: recuerdos y memoria incesante de él, y también de nosotros por momentos, que no nos abandonan. En una suerte de toma y daca, Yanet y Felipe se las ingeniaron al sopesar con cuidado y elegancia esa trayectoria artística que nos conduce a reconocer un creador que retorna a su país natal, a su cultura, cargado de componentes universales sin abandono o deslealtades que pudiéramos suponer incomprensibles. Ambos establecieron un discurso enaltecedor del oficio de dibujante que él posee, de su fotografía precisa y elocuente, de su manejo de imágenes en movimiento, y especialmente de ese humor cargado de referencias (¿Woody Allen, Groucho Marx, Buster Keaton, Chaplin, Cortázar, Augusto Monterroso, Les Luthiers?) que tanta falta hace, a ratos, en nuestra escena conceptual contemporánea dada a componentes “rigurosos”, “reflexivos”, “intelectuales”, además de irónicos, paródicos, espectaculares… y otros lugares comunes.
Concatenación, 2017. Instalación. concreto y cabilla. Dimensiones variables.
Para ilustrar este último aspecto quiero llamar la atención de una sala en planta baja dedicada a distinguir los tradicionales y convencionales “murales” (alrededor de 15) que vemos a diario en policlínicos, hospitales, casas del médico de la familia, en bodegas y centros laborales que han plagado nuestra visualidad y ambiente durante décadas en cualquier lugar y rincón de esta Isla. Dulzaides asume la referencia gráfica que actúa en tanto continente, marco, de esa información escrita, pintada, fotográfica, que ofrece cada mural siempre: orlas de triángulos dispares, medias esferas por los bordes, colores planos contrastantes en lo que advertimos una suerte de consideración a esa iconografía popular tan experimentada en calles y edificaciones (con anterioridad en el arte cubano, recuerdo solamente las imágenes de héroes y celebridades realizadas por Raúl Martínez en acrílico y serigrafía a partir de murales de los CDR y que tanta celebridad les imprimieron a su obra gráfica y pictórica). Con ternura y respeto, Dulzaides llama la atención sobre tal universo modesto y aficionado, de escaso instrumental técnico, con que muchos desean “adornar” y “alegrar” nuestras visitas a tales estancias. ¿Deferencia al Maestro?
De la serie Murales de siempre, 2013-2014. Acrílico sobre tela 53 x 68 cm.
Pero, a mi juicio, si una obra resume la diversidad de técnicas empleadas por él, sus dispares ideas en torno al arte, su delicadeza para elaborar discursos “dialógicos” con el espectador, es Bandera de mi tamaño, instalación de tubos de neón fragmentado y coloreado en rojo, azul y blanco, adosada en pared dominante al final de una sala. Suerte de síntesis epistemológica de símbolos patrios y tendencia recurrente del arte contemporáneo, como para pronunciar su personal alegato acerca de lo político e identitario de muy diferente modo al que nos tienen acostumbrados otros artistas cubanos.
Bandera de mi tamaño esparcida, 2007-2023. Instalación (Vista general y detalle).
Son varias las líneas de trabajo apuntadas en esta exposición. Y múltiples los modos expresivos, desde el uso de alambre delgado hasta tinta, acuarela, pentagramas, sobre papel, cartón, cartulina, enmarcados delicadamente, hasta objetos pesados colocados sobre el piso: a eso suele llamársele multidisciplinaridad (a veces de difícil pronunciación). Algo o mucho de esta acepción hay en tales obras realizadas en el trayecto de 25 años aproximadamente, aquí y allá, acullá.
Un aire nuevo (aun cuando parezca exagerado el adjetivo) agrega Felipe Dulzaides al arte cubano en tiempos difíciles como los que vivimos hoy. Ha retornado al mismo por varias puertas y accesos con serenidad y grandes deseos de contribuir, desde una perspectiva local y universal, a enriquecer capítulos de nuestra memoria individual y colectiva, alejado de cualquier altisonancia o espectacularidad. Sorteando círculos en el agua, pantallas y muros, en movimiento, transparentes y opacos, delgados y gruesos, grandes y pequeños. ¿En cuál de los nueve “círculos” de La Divina Comedia, ubicaríamos a este creador?
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